viernes, 9 de enero de 2015

Domino el carrefú como mi segunda casa


Domino el carrefú como mi segunda casa. He elaborado una lista que es el colmo de la lógica y la practicidad. Los productos que necesito, ordenados de forma que no necesite hacer paseos estériles. Mi recorrido es razonable y voy llenando el carrito con la aplastante lógica del experto: debajo los briks de leche y las latas de cerveza y PepsiMax, el pan de molde y las patatas fritas encima…

Una señora con aspecto de despistada me pregunta por el pan rallado. Seguramente se ha fijado en el impecable aspecto de mi carrito y en el aire de seguridad que desprenden mis pasos firmes, mi mirada abierta y sincera y mis gestos decididos. La buena señora, que tampoco es, digamos, una novata, se siente desorientada por culpa del cambio que ha operado el lineal por mor de “la semana de la repostería”. Con una sonrisa condescendiente le indico no sólo dónde se ubica el pan rallado, sino que, además, gratis, le doy un valioso consejo sobre qué pan rallado elegir “el de la casa”, le advierto, “es un poco más caro, pero los filetes le quedarán de fábula”. Ella, agradecida, seguramente abrumada por mi arrollador espíritu de buen samaritano, intenta esbozar una sonrisa de agradecimiento y en su rostro se dibuja una desafortunada expresión, como de pingüino, de estupidez helada. No la culpéis, amigos. No es que yo conozca el carrefú. Es que conozco su “psicología”, sé de lo que hablo.

Localizo ofertas, promociones, trespordoses, tantosporcientomásgratis, etc., con una sagacidad de gato montés. No me dejo engañar por los grandes packs: muchas veces es más barata la compra al detall… en fin, que controlo.

Cuando he terminado la “compra” propiamente dicha, me acerco a mi paraíso: el pasillo de jardinería. Ahí, entre palos con cosas de hierro que no sé cómo se llaman, abonos, sustratos, césped artificial, alpiste para perros, plantas de interior… me dejo llevar.

Dicen que un hombre enfrentado a su destino es como un pasajero en una estación de tren de un país remoto sin billete de vuelta (esto, en realidad, no lo ha dicho nadie, acabo de inventármelo, pero es un buen comienzo de párrafo); bien, yo me encuentro a mí mismo en este pasillo del carrefú. Frente al saco de 25 kg. de MenúDog, junto a los apliques para mangueras, dejándome seducir por el canto de los rastrillos de palo de bellota, me pregunto: ¿qué coño haces aquí, chaval?

¿En qué estúpido menester estás perdiendo una radiante mañana de sábado? ¿Para qué narices acumulo puntos carrefú? ¿Qué le importaba a la pobre señora de antes tu opinión sobre el pan rallado? ¿No te da vergüenza estar ahí de pie, con ese ridículo chándal, comparando precios de guantes de jardinero? ¿A qué estas jugando? ¿A qué coño estás jugando?

Videos sexo


Socialmente, la pantorrilla tiene, sin embargo, una consideración considerable. Considerando esto, habremos de colegir que la pantorrilla, junto con las puestas de sol en primavera y una caldereta bien trabada son los pilares de la civilización occidental, tal y como la entendemos en occidente. Pantorrilla, pantorrilla de mis desvelos, cuánto te Videos sexo, pantorrilla, que decía el poeta.

Y tenía razón. ¿Somos carne, sangre, potencia, espíritu o pantorrilla? He aquí la pregunta. Somos muchos, he aquí la respuesta. Muchos los que luchamos por la pantorrilla, muchos los que sabemos de su fe, muchos los que, ladeando la testa con gesto inquieto, en noches largas e insomnes, hemos dedicado a la pantorrilla pensamientos puros y desinteresados. Una gran legión de pantorrillleros que, firmes, optimistas y con deudas, avanzamos hacia el futuro mirándolo de frente, sin pestañear y con los bolsillos llenos de pelotillas de pelusa. He aquí la pantorrilla, abierta, enjuta y sincera, haciendo de nuestros días los días más felices. Mira cómo corre esa pantorrilla, alegre y juvenil. Mírala pararse y pedir una caña y una aceituna con gesto altivo. Pantorrilla, ¿es que no me ves? Dame un poco de ti. Y yo te daré dos hostias sin casi pensarlo. Oh, pantorrilla, ¿Dónde Videos sexo?
El horror del (0) junto a la palabra Comentarios.

Somos muchos, más de los que, abiertamente, lo seguir leyendo, los que escribimos en sitios como este para ser leídos. Puede que sea vanidad, no lo descarto, pero yo diría que es necesidad. De escribir, sí, pero también de que nos lean. Muchos dicen que escriben para vaciarse, no para que los lean, pero, en ese caso, no haría falta publicarlo.

No soy un experto, es verdad, soy más bien un novato, un capullo, como decíamos en mi colegio a los nuevos, pero hay cosas que cazas en cuanto te paseas un poco por ahí. Pero no es tan fuente.